Al final de la Segunda Guerra la región donde se ubicaba la casa de mis padres fue casi sacrificada: escaseó no solamente la comida sino también la leña, la madera… las ciudades en el Oeste de Holanda prácticamente desconocía la presencia de árboles y hasta de los durmientes de ferrocarril. La población tenía mucha hambre y mucho frío.
En uno de esos días mi mamá invitó a una pareja de novios, ella flaquísima y él también. Ambos tenían hambre y a pesar de su amor innegable sus caras de preocupación tenían los rasgos de una falta de alimentación patente. Por la afición del carnicero, en aquel entonces con mis papás, de vez en cuando recibíamos algo de chamorro o huesos con carne que desde luego fue la gran excepción de la vida de fines de la Segunda Guerra. La pareja al llegar a la casa vio con grandes ojos unos platos humeantes que llevaba algo de verduras, pero sobre todo un caldo con pedazos de carne de muy buen olor. Casi lloraban de la sorpresa. Mi mamá decía “coman, mis hijos, les hará bien”. ¿Quieren saber lo que pasó después? Permanezca atento al programa, querido radioescucha; le va a sorprender mucho.
Willy de Winter
14/agosto/2013
[audio:http://www.1060am.net/audios/podcast/contertulios/contertulios335.mp3]