El primer director de cine no documental murió en la pobreza y su obra se hubiera perdido si no fuera por el rescate que realizó un joven que lo admiraba.
Georges Méliès nació en Paris en 1861. Pronto le interesó el ilusionismo y llegó a tener su propio teatro.
Pero la experiencia que lo dejó marcado para siempre fue presenciar el cine de los Lumière, invitado por ellos mismos. Sus biógrafos aseguran que aquello ocurrió el 28 de diciembre de 1895. Al ver esas imágenes en movimiento tan reales de los primeros cortos producidos por los geniales hermanos, como “Llegada de un tren a la estación de la Ciotat” y otros, su mente voló y, tal vez, pensó: “Con este invento el ilusionismo ascenderá por los aires”
En efecto, los Lumière registraban momentos de la realidad. Pero Georges podría crear imágenes fantásticas, ilusiones fabulosas.
En cuanto pudo, compró un cinematógrafo y empezó a hacer sus primeras películas con historias creadas por él mismo o tomadas de autores como Julio Verne. En otras palabras, fue el primero en contar historias fantásticas con el celuloide.
Para abril de 1896, Méliès ya estaba proyectando la primera película producida por él en su propio teatro para un público que no dejaba de asombrarse ante tanta maravilla.
Una de las escenas que ha pasado a la historia es el momento en el que unos aventureros llegan a la Luna enviados desde la Tierra por la fuerza de un cañón. La película completa ha sido la primera declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Quien esto escribe tuvo la oportunidad de platicar sobre esto y otros aspectos biográficos con la bisnieta del primer fabricante de sueños en una visita que ella hizo a México.
Por otro lado, una forma muy apropiada de adentrarse en su mundo es disfrutando la película Hugo de otro genio del cine: Martin Scorsese.
Así es. La cinta de marras es un merecido homenaje a la obra del inefable Georges Méliès.
Víctor Quiroga
06/febrero/2013
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